Al Dr. Alfonso Cruz Caballero, galeno del Servicio Medico de la fábrica de “Uralita” en Bellavista (Sevilla), y autor de una tesis doctoral sobre las enfermedades de sus propios trabajadores, incluido el mesotelioma, del que también él llegó a fallecer, décadas después.
Unos sucesos pueden haber ocurrido simultáneamente y sin embargo a la hora de narrarlos forzosamente hay que recurrir a su descripción en sucesión, teniendo que optar entre una cualquiera de las dos alternativas posibles, ya sea escogiendo una ellas o su contraria, la otra. Por tanto, sincronismo real, frente a relato forzosamente sucesivo. Ello confiere, necesariamente, un cierto grado de incertidumbre a lo descrito.
Hecha esta advertencia preliminar, paso seguidamente a comenzar con el primero de mis actuales relatos -rotulado como (III)- de anécdotas acaecidas durante mi permanencia en la empresa “Uralita”.
Como se dice en mi libro “AMIANTO: UN GENOCIDIO IMPUNE” (páginas 14-16):
“A la memoria de los trabajadores y trabajadoras forzosos del campo de trabajo del Berlín nazi, la factoría de la empresa “DAZAG” (Deutsche Asbestzement-Aktien-Gesellschaft), del grupo Eternit, trabajo esclavo en condiciones de hambruna permanente durante años y con jornadas de doce horas diarias.
Más de quinientas personas, la mitad de las cuales eran extranjeras: prisioneros de guerra franceses, civiles italianos y de la Europa del Este.
En el año 2001, un médico italiano detectó una tasa inusitadamente elevada de mesoteliomas y de cánceres de pulmón en el Frioul, un archipiélago de cuatro pequeñas islas perteneciente a la ciudad de Marsella y con una fuerte emigración, advirtiendo que un número considerable de los fallecidos habían trabajado en la “Eternit” de Niederurnen, comuna suiza del cantón de Glaris.
Ese fue el origen de un encargo de pesquisa por parte de los sindicatos Unia y Work que tras siete años de dedicación permitió sacar a la luz una historia, la de los trabajadores forzosos de la “DAZAG”, que estaba ya prácticamente perdida en el olvido, dado que la inmensa mayoría de la documentación generada por tan abyecto proceder ya había desaparecido y sus víctimas, con el paso del tiempo, habían quedado ya diezmadas en su inmensa mayoría.
Las múltiples e infructuosas presiones para tratar de impedir la publicación del libro que relata esta historia, y que muestra fotográficamente las escasas pruebas de su veracidad que han podido resistir al paso del tiempo y a su destrucción deliberada, tienen su mejor reparación cada vez que un nuevo lector adquiere un ejemplar y, tras leerlo, contribuye después a su mayor difusión. Véase la referencia correspondiente a dicho libro: Roselli (2008):
Maria Roselli, The asbestos lie – The past and present of an industrial catastrophe, ISBN 978-2-87452-313-7 – 2014 – 180 págs., y http://www.centrodocamiantomarcovettori.org/files/75e204e8a28b81b2ebbc409e33fdd0fd155a6828.pdf
Maria Roselli Amiante et Eternit. Fortunes et ForfaituresÉditions d’en bas, 2008. Edición en español: La mentira del amianto – Fortunas y delitosEdiciones del Genal. 2010. 260 pp.Prólogo de Ángel Cárcoba
Esas presiones se inscriben dentro de lo que constituye toda una estrategia general de la industria del amianto, que ha sido justamente caracterizada como “conspiración de silencio”.
Al igual que ha ocurrido con otras muchas empresas que se beneficiaron del trabajo esclavo implantado por el régimen nazi (Daimler Benz -precursora de Mercedes Benz-, IG Farben, Bayer, BMV, Krupp, Volkswagen, Siemens, Kirdorf, Tengelmann, Lufthansa, Heinkel, Messerschmitt, Krueger, AEG, Telefunken, Deutsche Bank, Audi, Leica, etc.), el grupo Eternit tampoco ha restituido a los explotados o a sus descendientes ni un solo céntimo.
Por supuesto que si nunca se les remuneró por el trabajo esclavo realizado, menos aún se les indemnizó por los daños derivados de una exposición al amianto, cuyas condiciones preventivas cabe imaginar cómo serían.
Entre los principales accionistas de la empresa “DAZAG”, figuraba José María Roviralta y Alemany, de Barcelona, España; la familia Roviralta fue la iniciadora de la empresa “Uralita” en España antes de que se denominase así y de que fuese adquirida, mediante una participación mayoritaria, por el financiero Juan March Ordinas.
En la historia del amianto-cemento ha habido tres realidades distintas bajo un mismo nombre: la Uralita rusa, la británica y la española.
La primera en existir, la rusa, no correspondía al nombre de ninguna empresa, sino a una línea de productos de la construcción fabricados por una compañía rusa y elaborados con el crisotilo de su mismo país.
La segunda, la británica, la denominada “British Uralite” (nombre que se supone adoptado mediante acuerdo previo con la firma rusa antes aludida), comenzó antes de que se hubiera inventado el amianto-cemento, dedicándose a la fabricación de tubos de drenaje, elaborados con una pasta húmeda en la que el amianto blanco era uno de sus componentes, pasando después a fabricar con amianto-cemento.
“British Uralite” fue la única empresa británica dedicada a dicha actividad que pudo mantenerse sin llegar a ser absorbida por la multinacional “Turner & Newall”. Actualmente extinta, ha sido reiteradamente objeto de demandas judiciales, por daños originados por el asbesto.
La última en constituirse fue la “Uralita” española a partir de su predecesora, “Roviraltay Compañía”.(fin de la cita).
Nuestro pertrecho teórico, por parte de los trabajadores de la empresa “Uralita”, a iniciativa mía frente al problema de la nocividad del amianto, vino de la mano de la reunión, por nuestra parte -el sindicato “Comisiones Obreras”– de una colección de separatas que, según vinieron a reconocer en su momento los propios concernidos (estamentos oficiales del régimen dictatorial entonces vigente), no tenía posible rival, por su extenso volumen, en todo el ámbito de nuestro país español.
Entre los autores de tales separatas destacaba, por su eficacia didáctica, el Dr. Irving J. Selikoff, con el que llegamos a mantener una reiterada y fructífera correspondencia.
Al propio tiempo de que todo esto venía a suceder fuimos también advertidos y asesorados acerca de los mortales peligros del amianto por parte de los doctores españoles siguientes: Luís López-Areal Del Amo, Roberto Rodríguez-Roisín, Cesar Picado Vallés, y el propio “matasanos” del Servicio Médico de la fábrica de “Uralita” en Bellavista (Sevilla), el doctor Alfonso Cruz Caballero, al facilitársenos el acceso a su propia tesis doctoral, que venía a versar, precisamente, sobre las tasas de prevalencia e incidencia de todas las patologías diagnosticadas en su momento a los propios trabajadores de la susodicha fábrica de “Uralita” en Bellavista (Sevilla) y abarcando tanto a las patologías asbesto-relacionadas, como a las que no lo son.
Varias décadas después el propio Dr. Cruz Caballero vino a fallecer de mesotelioma, según tengo entendido.
Ejemplos de algunas de las reseñas bibliográficas de los trabajos publicados por los autores antes aquí mencionados:
SELIKOFF IJ, CHURG J, HAMMOND ECASBESTOS EXPOSURE AND NEOPLASIAJAMA. 1964 Apr 6;188:22-6 http://faculty.smu.edu/ngh/stat6395/Article18%20-Selikoff%20-%20Asbestos%20exposure%20and%20neoplasia_Jama%201964%20188%2022-6.pdf
Roberto Rodríguez Roisín. Aspectos fisiopatológicos de la asbestosis pulmonar. Universitat de Barcelona. Tesis doctoral. Oct. 1975. 221 pp. http://www.tesisenxarxa.net/TESIS_UB/AVAILABLE/TDX-0914110-140030//01.RRR_1de2.pdf
Cesar Picado Vallés. Repercusiones clínicas y radiológicas de la exposición al amianto Jano. 1977; 301: 31
Fernández Martin-Granizo I, López-Areal L, & Jiménez VII, Exposición al Asbesto y Cáncer Pulmonar. Med Seg Trab. 1966; 55: 18
Siendo de la opinión, por mi parte, de que la única estrategia eficaz contra los efectos nocivos del amianto habría de consistir en su sustitución, en todos sus usos, por sendas alternativas, consistentes en otros tantos productos poseedores de tal propiedad, procedí, por mi parte, al inicio de una etapa de colaboración con el jefe de “Uralita” a quien la empresa le tenía encomendada la tarea de recopilar información acerca de los susodichos efectos nocivos del amianto, consistiendo dicha colaboración, por mi parte, en la cesión de aquellas separatas sobre dicho tema, de las cuales yo poseía más de un ejemplar, y a cambio de ser puntualmente informado de aquellos productos de substitución, acerca de los cuales la propia empresa ya poseía información, como era el caso, por ejemplo, del llamado “Kuralon”, una fibra sintética hecha de alcohol polivinílico.
La frecuencia de mi presencia en la oficina central de “Uralita”, con motivo de la susodicha colaboración, llegó hasta el extremo de llegar a poder oír por mi parte, expresiones que en principio no debiera de haber llegado yo a escuchar, como, por ejemplo la de: “eso hay que tergiversarlo como sea”.
La verdad científica les importaba bien poco, en cuanto les empezaba a resultar algo desfavorable.
A la larga vencieron “los halcones” y el susodicho jefe fue substituido, interrumpiéndose así nuestra colaboración.
Entre las susodichas “aves de presa” humanas, cabe incluir a quien se había convertido en mi enemigo personal -un exseminarista- a partir de un incidente en el curso del cual yo lo había dejado en mal lugar frente al resto de los jefes presentes en una reunión del Comité de Empresa, a base de exhibir por mi parte mis datos de documentación que él me estaba demandando, enérgicamente como si yo, representando al resto de nuestros trabajadores, no dispusiese realmente de ellos.
Por lo que respecta al enfoque para afrontar el problema de la mortal nocividad del asbesto a día de hoy, yo no sería tan optimista, teniendo presente la persistencia del amianto todavía instalado en nuestro país y el tiempo de latencia, de hasta 75 años, del mesotelioma.
A mi regreso de un congreso médico celebrado en Estrasburgo, al que pude asistir en representación de mi sindicato “Comisiones Obreras” y al que la empresa “Uralita” había enviado también a sus propios representantes, fui requerido por parte de “Televisión Española” para que informase acerca de lo abordado en el susodicho congreso médico.
Imprudentemente por mi parte aproveché la oportunidad para hacer públicos los datos sobre las enfermedades de los trabajadores de la fábrica de “Uralita” en Bellavista (Sevilla) extraídos de la tesis doctoral del Dr. Alfonso Cruz Caballero, cuyo acceso me había él facilitado.
Se bloqueó la centralita de teléfonos de “Televisión Española” a causa de las muchas airadas protestas recibidas, emanadas de muchos de los directivos y accionistas mayoritarios de “Uralita”.
“Uralita” decidió proceder contra mí, personalizada en ello por su director, un experto en haber eliminado a los sindicatos correspondientes a sus anteriores destinos en otras filiales del grupo “Uralita”, incluyéndose en ello, en concreto, al último de esos destinos anteriores, es decir, a una empresa de pinturas.
De ello me libró provisionalmente la intervención del entonces Director General de Trabajo, el Sr. Zapata, gracias a su enérgica intervención ante el susodicho Director del grupo “Uralita”.
El Sr. Zapata tenía previsto haberme ofrecido una contratación, como experto en amianto, al servicio de la Administración Pública española.
Sin embargo, el alcance de las influencias de “Uralita” era muy largo y al poco tiempo el Sr. Zapata terminó “desterrado” como funcionario en la Embajada de España en Roma.
La intervención del Sr. Zapata solamente sirvió, a la postre, para que la represalia de “Uralita” quedase limitada, de momento, a mi traslado a la empresa “ITECE”, filial de “Uralita”, situada en Alcalá de Guadaira (Sevilla), y aunque, a plazo algo más largo, ello fuera, como ya llevo narrado anteriormente, bajo la espada de Damocles de una falsa acusación de robo presta a ser lanzada contra mí.
Como contrapunto humorístico a lo anterior, haré alusión a un par de bromas, protagonizadas por mi jefe inmediato superior en “ITECE”, la filial de “Uralita”.
Relato seguidamente en qué consistió la primera de tales chanzas.
Existía un kiosco que servía comidas a los trabajadores de la Siderúrgica de Alcalá de Guadaira (Sevilla) y a algunos de los de la cercana “ITECE”, incluido mi mencionado jefe directo.
La susodicha primera de tales bromas consistió en pedir que le sirvieran una sopa para después, cuando ya estaba sobradamente consumida, casi terminada, introducir disimuladamente en la misma un preservativo, para después pasar a protestar enérgicamente, a gritos, como si hubiera sido que en ese momento fuera cuando él hubiera advertido su presencia y como si fuese que en todo ello él no hubiese tenido la más mínima participación.
La segunda se desarrolló en sede de “ITECE”, donde uno de los camineros que venía a retirarnos tejas de hormigón -nuestro producto de fabricación- nos había solicitado permiso para pasar a llamar por teléfono a su jefe para darle cuenta de la situación actual de la tarea de transporte que tenía encomendada.
Sucedía que el mencionado jefe era muy desconfiado respecto al buen hacer de su subordinado y nosotros -mi jefe y yo- allí presentes, lo sabíamos.
Entonces la broma de mi jefe consistió en gritar a pleno pulmón: “¡una de calamares!…como si el camionero estuviese en un bar, en un no programado alto en el camino de la trayectoria que se le había ordenado ejecutar, sin desvíos improvisados ni de decisión propia.
La actitud de los propios trabajadores, nosotros, frente a la empresa “Uralita”, era francamente hipócrita: por un lado, luchábamos contra el amianto, pero, por otra, no queríamos prescindir de ninguno de los privilegios que ello nos reportaba.
No queríamos, por supuesto, quedarnos sin el empleo ni queríamos dejar de participar en las ventajas que nuestra situación nos reportaba, como era el caso, por ejemplo, de tomar parte en las actividades turísticas que “Uralita” organizaba para sus empleados y trabajadores, de tal suerte que una cierta parte de las anécdotas que podríamos narrar ahora aquí, podrían haber acontecido durante el desarrollo de las mencionadas actividades.
Así tendríamos, por ejemplo, lo acontecido con el compañero que habiéndose inscrito en la visita turística a Mallorca (donde él quería montar una peletería) y habiéndose apuntado a la susodicha actividad turística sin el consentimiento ni el respaldo económico de su familia, y fue por ello, en su afán de ahorrar durante dicha situación, que a la hora de una de las comidas se limitó a pedir agua, entendiendo que por ello estaba solicitando “agua del grifo”, para comprobar seguidamente, para su consternación, que el hotel le servía una botella de un agua de marca muchísimo más cara…
En la hipocresía vinculada al uso del amianto, cabe distinguir entre dos situaciones radicalmente diferentes.
Tendríamos, por un lado, la situación en la que ya terminó por haber una prohibición del uso del asbesto, allí donde ésta se produjo, como fue el caso de España, y, por otra parte, aquellos otros países y lugares en los que tal prohibición jamás se ha llegado a producir hasta el presente.
En una de esas dos situaciones tendríamos, por así decirlo, una “hipocresía coherente”, mientras que en la otra ya no la habría, puesto que en ella la falta de producción de productos con contenido de amianto, habría venido a dejar carente de sentido el mantenimiento invariante de tal hipocresía.
Nuestra referida “hipocresía con sentido” es algo similar al caso de los que trabajando en una fábrica de armas repudian los actos criminales, vandálicos y bélicos que se cometen con ellas, pero, al propio tiempo, quieren seguir fabricándolas para así poder proseguir en su empleo y consiguiente percepción de sus respectivos sueldos.
Entre las tareas que yo tenía encomendadas en “Uralita” había una que consistía el examen de los pliegos de condiciones de las obras que salían a convocatoria de licitación, para comprobar si figuraban algunas partidas de materiales de amianto-cemento, y en qué proporción, respecto del conjunto de valoración del proyecto, para poder llegar a distinguir qué licitaciones le merecerían la pena a “Uralita” de llegar a concurrir directamente por alcanzar su adjudicación y consecuente ejecución, incluido el suministro de todos los materiales de amianto-cemento que en esa obra intervendrían.
Ello me daba ocasión de comprobar cómo en los pliegos de condiciones se incluía la cláusula o coletilla: “tubería calidad Uralita”, o, más atenuado: “tubería calidad Uralita o similar”.
El desconcierto abundaba, dado que los tubos del principal competidor de “Uralita”, la empresa “Fibrotubo”, correspondían a una proporción entre la presión de servicio, y la de prueba, que no coincidía con la proporción bajo cuyo criterio se fabricaban los de “Uralita”.
Es evidente que los proyectistas, al recurrir a ese tipo de especificaciones, incurrían en una flagrante irregularidad, dado que tales cláusulas favorecían descaradamente a una marca, la de “Uralita”, en detrimento de todas las demás, dando pábulo, además, a la sospecha de que quizás hubiera en todo ello un interés crematístico directo por parte de los proyectistas, que, a fin de cuentas, vendría a resultar favorecedor de la susodicha empresa “Uralita”.
“Fibrotubo”, por su parte, “no tenía pelos en la lengua” a la hora de dar un calificativo a esa situación.
“Uralita” remuneraba “en paralelo” a un técnico de la Administración pública, para que las normas publicadas en España favoreciesen a las especificaciones coincidentes con las características, dimensiones y proporciones de los productos de amianto-cemento fabricados por “Uralita” y en detrimento, por tanto, de lo propio, en relación con las características propias de los productos de los demás de los restantes fabricantes, competidores en la puesta en el mercado de tales fabricados, elaborados con la susodicha combinación de materiales, el amianto y el cemento.
La empresa “Uralita”, desde luego, no era ningún ejemplo a imitar en lo ético, por sus propios operarios, empleados administrativos, y jefes.
Todos sabíamos de qué iba la cosa, desde la importación, prácticamente en régimen de monopolio virtual, de la materia prima básica, el amianto (prebenda alcanzada, gracias al apoyo financiero prestado por el Sr. March, al llamado “glorioso alzamiento nacional -es decir, nuestra nefasta guerra civil-) hasta todo lo demás, inclusive ese soborno encubierto, a quien tenía por tarea encomendada la de diseñar las características técnicas y dimensionales de los productos de amianto-cemento descritos en la normativa legal española.
Soborno encubierto que se materializaba a través de una doble contratación simultánea, una de ellas correspondiéndole a “Uralita”, y en la persona de quien ostentaba un arbóreo apellido, de conífera condición, si se nos permite culminar el presente texto, con tan críptica alusión final.
Francisco Báez, extrabajador de Uralita en Sevilla, autor de «Amianto: un genocidio impune (y centenares de publicaciones más), inició en los años 70 del pasado siglo la lucha contra esta industria de la muerte desde las filas del sindicato de CCOO. Ha dedicado más de 40 años a la investigación sobre el amianto.
Fuente: www.rebelion.org
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