Tiene amianto en los dos pulmones. El isleño Alejandro Zapata, de 79 años, fue uno de los trabajadores de la antigua Bazán, la empresa de construcciones navales militares predecesora a Navantia, durante la década de los 70, cuando se dio el mayor repunte de instalación de este material en los astilleros de la Bahía.
Desde 1951, como montador y reparador de barcos, estuvo expuesto al también conocido como asbesto que se empleaba en el sector. “El trabajo que tenían que hacer los trabajadores del amianto nos lo mandaban a nosotros para adelantar la faena, y teníamos que destruir todo el material para quitar tubos y calderas”, expresa el jubilado, que este año decidió crear la primera Asociación del Sector Naval de Afectados por el Amianto en la Bahía de Cádiz.
“Cuando ya la estábamos casi formando vino la pandemia esta y nos dejó casi tirados”, dice el que es presidente sentado junto a Manuel Gómez, otro de los posts expuestos que sufre las consecuencias de haber trabajado en el taller de tuberos y de calderería de esta empresa desde el año 1976. “Siempre he estado muy en contacto con el amianto, en el 93 ingresé en el hospital porque empecé a echar sangre por la boca, estuve en la UCI, malísimo, y eso quedó ahí”, relata Manuel.
Ambos estuvieron años realizando su labor en peligro y ahora corren el riesgo de desarrollar enfermedades y patologías. El cáncer de pulmón es la peor, especialmente el mesotelioma pleural, además de la asbestosis, el cáncer de laringe o el calcinoma pulmonar. Todas ellas están incluidas en el Real Decreto 1299/2006, de 10 de noviembre, por el que se aprueba el cuadro de enfermedades profesionales en el sistema de la Seguridad Social. Sin embargo, las placas pleurales y el engrosamiento pleural, no. “Cuando te dan la lista de enfermedades convencionales viene el contacto con la pintura, con el aluminio, todo menos este”, lamenta Manuel que tiene indicadores de una de las no incluidas.
“Quienes lo tienen lo pasan muy mal en los últimos años de su vida”, explica Pepe Casas, el vicepresidente de la asociación que se incorporó al comité de empresa de Bazán para luchar desde dentro. Aunque él no es afectado, tiende su mano contra la injusticia que acometió la empresa donde trabajaba. Según explica, el cuadro contempla dos grupos de enfermedades relacionadas con el amianto, causadas por inhalación de sustancias o por agentes carcinogénicos, pero “no recoge toda la variedad que hay”, lo que perjudica a los afectados jubilados a la hora de conseguir la Enfermedad Profesional. “Esas placas pueden no tener una evolución mayor, pero hay personas que acaban con cáncer, de ahí la importancia de los controles”, comenta.
En aquella época el amianto, pese a ser dañino para la salud, estaba por todas partes. Juan Manuel que entró en el 74 en las reparaciones como tubero recuerda cómo cuando trabajaba con sopletes “cogíamos amianto y lo mojábamos con la boca para que la llama no encendiera. Fíjate lo peligroso que era para nosotros esas cosas y eso lo hacíamos casi el 90% de los trabajadores”. Además, cuando les tocaba el turno de noche, para resguardarse del frío se tapaban con mantas hechas con este material.
“Nosotros éramos ignorantes, nadie sabía nada”, señala el isleño que estuvo desde el 66 en los astilleros, y dos años en la contrata naval Matagorda antes de su puesto en Bazán. “Estábamos hasta el tobillo de amianto” y “allí nadie sabía que era cancerígeno”, denuncian los exempleados a los que nunca se les informó de su carácter nocivo.
Juan Manuel era lector de El País, “lo leía siempre y me enteré por ahí”. El isleño recupera sus vivencias en el buque híbrido Castillo de la luz. Allí alertó al personal: “-Quillo que estamos metidos aquí en el cáncer, y vino el perito de seguridad y me dijo: - Tú me lo puedes demostrar, nosotros no tenemos noticias de eso”.
La empresa no era transparente, incumplía la normativa de seguridad y a nadie le importaba las duras afecciones que podía llegar a sufrir la plantilla. Según Pepe Casas, “el departamento médico no informaba y está claro que conocía que la fibra del amianto era cancerígena”. Así lo declaró el Parlamento europeo en 1978 pero por entonces España no había entrado en la Comunidad Europea. “Hemos llegado tarde a todos los lados, como siempre se suele decir, Europa terminaba en los Pirineos y es verdad, porque se han hecho verdaderas barbaridades y no es de recibo todo lo que ha pasado”, manifiesta el vicepresidente que asegura que en otros países como Bélgica, Holanda o Alemania existían restricciones “bastante fuertes” para el amianto.
No fue hasta 1984 cuando se firmó el primer reglamento de manipulación del amianto en España. A partir de ese momento, se dejó de instalar en los astilleros siendo sustituido por la lana de roca. “El daño ya estaba hecho”, lamenta Pepe con indignación.
En los setenta, antes de este paso, la empresa tenía la obligación de realizar muestreos ambientales a todos sus productos, así lo recogía la Ordenanza General de seguridad e higiene en el trabajo de 1971. Alejandro fue el primer técnico de seguridad que hubo en Bazán. “Hacía muestreos de todos los materiales, de aluminio, de acero, pero referente al amianto nunca en la vida hice nada, nada más que cuando nos llegaron diciendo que estaba prohibido, que fue cuando empezamos a retirar todo el que había”.
El amianto también afectó a los pulmones de los empleados que no mantenían contacto con el material. Mecánicos, electricistas, chapistas o delineadores que entraban en los barcos en los que estaban instalándolo o quitándolo. “La fibra del amianto es volátil, no es cuestión de tocarlo, la inhalas y se te queda en los alveolos”, explica Pepe que afirma que la mayoría de los damnificados no han estado trabajando directamente con ella.
A los militares de marina que navegaban en los buques también les tocó. Entre los buques reparados por Bazán se encontraban cinco de los 33 barcos que Estados Unidos regaló a Franco en 1953 al firmar un acuerdo de amistad. “Vara regalo que hizo”, expresa el vicepresidente, que destaca el portaaviones Dédalo de la segunda guerra mundial, “todos traían amianto por todas partes, de ahí salieron muchísimas personas afectadas”. Este dato hace recordar a Juan Manuel, él estuvo allí. “La máquina entera se desmontaba todos los años, las tuberías teníamos que recoserlas en el taller y después volverlas a montar”.
Otra de las personas expuestas fueron las mujeres que se encargaban de la limpieza de los monos infectados. “Es ahora cuando están saliendo los casos porque es el periodo de latencia del amianto es entre 20 o 40 años. Por esa razón, la mayoría son personas que tienen a partir de 60 años”, explica Pepe.
Según el programa PIVISTEA de vigilancia de la salud de la Junta de Andalucía, en 2018 en la comunidad están inscritas 4.957 personas posts expuestas al amianto y según el vicepresidente, más de 10.000 -entre personal fijo y de empresa auxiliar- estuvieron expuestas en la Bahía de Cádiz en la década de los 70 y hasta el 84, “esta cifra es ridícula, falta por rellenar, hay muchas que no están registradas”. Ese objetivo es uno de los que se ha planteado la asociación, que trata de recabar y conectar con todas las personas que estuvieron en los astilleros para “ver la situación en la que están, ver las posibilidades que tienen de que les reconozcan la enfermedad profesional, también orientarlos de que tienen derecho a una vigilancia de la salud”, añade.
Intentarán localizar a todos los que puedan, pero desgraciadamente otros ya se han quedado por el camino como es el caso de Francisco Márquez, marido de Carmen Guerrero que murió hace cuatro años por mesotelioma pleural. La viuda, conteniendo el llanto, cuenta cómo el entonces andamiero de Bazán “se asfixiaba mucho, le hacían radiografías y no tenía nada, todo estaba perfecto, pero un día en el campo se fue a andar y no podía”.
Tras realizarse un chequeo la doctora le dijo que era un espasmo, que no era nada, “pero él se sentía peor, nos fuimos corriendo a ver a un cuñado médico y tenía el pulmón lleno de líquido, desde entonces, estuvo todos los meses ingresado haciéndole perrerías hasta que falleció”. A Carmen le cuesta recordar el dolor que la envuelve y, para hacer justicia, se suma a esta asociación que ya cuenta con 75 socios.
De momento, agradecidos, se reúnen en la sede de la Asociación de vecinos Puerto de Palos de la que es presidente Manuel, uno de los afectados, hasta que encuentren otro local. “El tema del amianto ya ha sobrepasado las paredes de la fábrica es un problema de salud pública, la gente ha ido a la calle, a su domicilio, ha llevado el amianto en la ropa”, esboza Pepe, al que le hierve la sangre y alza la voz las veces que haga falta porque “no es de recibo que se supieran todas estas historias y, sin embargo, no hicieron absolutamente nada”.
Fuente: www.lavozdelsur.es
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