La historia de la televisión en España no se puede comprender sin Estudio 1. En este legendario plató de Prado del Rey el ilusionista israelí Uri Geller dejó a media España boquiabierta cuando partió una cuchara en dos supuestamente con sus poderes mentales e hizo funcionar relojes que, según él, estaban averiados. Corría el año 1975, se emitía Directísimo, presentado por José María Íñigo, y solo había dos canales. El truco fue visto por veinte millones de espectadores. A algunos les parecerá un cuento chino. No en balde, dos años antes, Geller había intentado hacer lo mismo en EE UU, en el programa de Johnny Carson, y la cosa acabó en un fiasco. Al margen de que sea verdad o mentira, la noche de los cubiertos rotos permanece incrustada de manera indeleble en la memoria sentimental de varias generaciones de españoles. El escenario donde se desarrolló aquel espectáculo es el mismo que acogió Estudio abierto, Lápiz y papel, Chiripitifláuticos, Burbujas y Cesta y puntos, entre otros muchos. Las instalaciones acaban de ser reabiertas tras permanecer tres años cerradas. Durante uno de ellos, el mítico estudio ha estado en obras para eliminar el amianto, un material cancerígeno muy empleado en los años sesenta en la construcción.
Ningún cartel indica que el visitante se encuentra ante el lugar que vio nacer las famosas galas de Fin de Año de TVE, que entre los años 1983 y 1987 se emitían en directo. Las paredes están recién pintadas de blanco y un trabajador de atrezo perfora un panel azul con su taladradora. Del techo cuelga un bosque de focos como jamones puestos a curar. Reina un ambiente abigarrado: hay dos sofás -uno de piel y otro forrado en tela-, una batería, unas congas, un piano de cola y cámaras protegidas con plásticos. Pese a que ahora no hay ninguna actividad, pronto este plató empezará a bullir de técnicos y creativos para grabar los especiales de Navidad.
Con más de medio siglo de vida, el que en un momento fue proclamado el plató «más grande Europa» se ha dotado de los más recientes adelantos tecnológicos. Construido entre 1960 y 1964 sobre una superficie de mil metros cuadrados, al complejo, algo ya añoso, se le han añadido mejoras acústicas, térmicas y escénicas.
El operador de cámara Javier García Lorente, de 72 años, se ha perdido las sofisticadas nuevas tecnologías, aunque si en algún momento se monta un verdadero museo de la televisión, él debería sentar cátedra. Se conoce los entresijos de la tele pública al dedillo. Entró en ella con 15 años después de aprobar un curso de electrónica aplicada impartido por un organismo del Ministerio de Información y Turismo. Era 1962 y TVE estaba en pañales. «Hacíamos programas como churros, del orden de uno al día, que iban desde obras de teatro a musicales, pasando por espacios infantiles, culturales. Hubo un momento en que el Estudio 1 se dividió en dos partes, y mientras en una mitad se hacía un programa de cocina, en la otra se montaban musicales».
Por lo visto, el nombre de Estudio 1 procede de los platós cinematográficos de Sevilla Films en la madrileña avenida de Pío XII. Allí TVE tenía alquilados dos estudios, el 1 y el 3. «En el Estudio 1 de Sevilla Films se hacían al principio los espacios dramáticos. Ese nombre luego se volvió a emplear para llamar el plató de Prado del Rey».
Oficio de artesanos
A diferencia de hoy, en la prehistoria de tele no había casi nada enlatado, los créditos de los programas los pintaban rotulistas y los efectos visuales eran muy rudimentarios. En aquel tiempo la televisión la hacían artesanos, trabajadores que en un santiamén pintaban un decorado o recreaban estatuas de yeso, cartón piedra o el material que hiciera falta. Todo eso ha desaparecido con la digitalización rampante. Por no haber, no existía ni siquiera el vídeo, de suerte que los dramas televisados se hacían de corrido, en directo y sin interrupciones.
Fernando Navarrete, vicepresidente de la Academia de Televisión y realizador, se ha dejado la piel en el histórico plató, adonde acudía un día o dos a la semana desde que empezó a trabajar en TVE, en 1967. Se estrenó grabando Estudio abierto, presentado por José María Íñigo y pionero en su género. «Fue el primero en combinar canciones y entrevistas, lo que al principio a todo el mundo le pareció una locura; era una mezcla inédita. El formato, que vino importado de Argentina, fue un grandísimo éxito», explica Navarrete. El realizador vio pasar por el lugar desde el primer hombre que pisó la Luna, Neil Armstrong, hasta El Fary, pasando por varios premios Nobel de Medicina.
Pese a que se contaba con pocos medios, los trabajadores eran audaces y aguerridos. No en balde, todo estaba por inventar y no se tenía miedo a casi nada. «Me acuerdo de que en el programa Fantástico 80, en apenas dos minutos y medio, lo que duraba una canción, se desmontaba un ring de lucha libre con 400 espectadores alrededor. También he visto reconstruir en tiempo récord el decorado de Jesucristo Superstar. Cosas de ese tipo se hacían en programas en directo», ilustra Navarrete.
En el agujero
García Lorente evoca que los inicios de la televisión fueron tiempos duros y penosos. Lo experimentó en carne propia el actor Narciso Ibáñez Menta, quien, para rodar una escena en la que era sepultado por el asfalto, tenía que permanecer en un agujero desde las ocho de la mañana hasta que se iban los técnicos, a las diez de la noche. Poco importaba que el director del espacio fuera su hijo, Chicho Ibáñez Serrador, el inventor de Un, dos, tres., que también se grababa en el celebérrimo estudio.
Por aquellos tiempos heroicos, las cámaras no tenían zoom, sino ópticas fijas. «Además de moverte con el trípode para acercarte y separarte, utilizábamos una torreta, un disco de cuatro lentes con diferentes distancias focales. Teníamos que hacer sucesiones muy rápidas de un plano a otro y, como no había máquinas de grabación de vídeo, emitíamos las obras teatrales de principio a fin en directo», apunta García Lorente.
El cámara fue testigo del estreno del plató. Ocurrió en julio de 1964 y el primer programa que se emitió consistió en una adaptación de El fantasma de Canterville, de Oscar Wilde. Estudio 1 dio título a los clásicos teatrales que se representaban en la pequeña pantalla, todo un hito porque el programa duró veinte años y cada semana se emitía una obra. Se escenificaron Doce hombres sin piedad, El mercader de Venecia o La muerte de un viajante, entre otras.
La chapuza también reinaba en aquella época. Al poco tiempo de ser inaugurado, el estudio sufrió un parón porque el arquitecto tuvo un descuido: no se le ocurrió diseñar los controles de sonido, cámaras y realización.
Fuente: www.hoy.es
https://www.hoy.es/sociedad/cuna-television-20181021001023-ntvo.html