Francisco Báez, Paco Puche y Ángel Cárcoba
Rebelión
En el año 2006, el gran experto en amianto, Barry Castleman, publicaba uno de sus numerosos artículos, titulado: "Asbetos is not banned in North America" [2] . En dicho año, la cifra anual de importación de amianto, por los Estados Unidos, fue estimada en 2.340 toneladas [3] .
En años posteriores, hasta 2011, la media anual de importación ha sido de 1240 toneladas [4] . Ese otro dato equivale a una reducción al 53%, respecto de la cifra correspondiente al año 2006, pero no supone, en modo alguno, una prohibición de facto, que, en rigor, sólo debería corresponder a una importación anual de CERO toneladas.
Esa media anual, es más representativa que los datos brutos, directos, de cada uno de los años de ese intervalo temporal, y ello es así por dos motivos: Porque no podemos ignorar el efecto de la crisis económica global en la producción industrial norteamericana, con el consiguiente reflejo en las cifras anuales de importación de amianto. Y porque la cifra correspondiente a 2010 es superior a la de 2009, y porque la cifra de 2011, es también superior a la de 2010. Es decir, que lo último que se observa, es un suave incremento en la importación, en comparación con los datos inmediatamente precedentes en el tiempo.
Es sobradamente conocida la dificultad que, en el pasado, los principales expertos estadounidenses han tenido para poder llegar a tener eficacia en sus esfuerzos para conseguir que sus autoridades llegasen a adoptar una verdadera prohibición, clara, completa y profunda, al uso, extracción, transporte, comercio e importación del amianto, dado que la propia producción nacional norteamericana, ya había cesado en años anteriores. La situación así creada, ha tenido consecuencias muy negativas, más allá de las fronteras norteamericanas.
Si Estados Unidos no se hubiera mostrado sensible a la acción de los grupos de presión para revocar la prohibición del amianto, que ya se había llegado a alcanzar, se habrían evitado miles de víctimas, no sólo en su país, sino en muchos otros, afectados por catástrofes naturales, como son los terremotos o huracanes, o por otras, generadas por acción humana, como son las guerras o los atentados: 11 S, Líbano, Kobe, Christchurch, etc., son nombres a recordar. El amianto instalado en infraestructuras urbanas de toda índole, suponen una permanente espada de Damocles sobre todo el conjunto de la ciudadanía.
El efecto ejemplarizante, que por desgracia no se sostuvo, hubiera evitado asimismo miles de muertes, en otros países, singularmente en los latinoamericanos.
Especial mención merece el ambiente de laxitud, que hizo posible la excepción a la prohibición, contemplada en la legislación de la Unión Europea, relativa al uso del amianto en la industria del cloro, y que está basada, aunque no se diga, en la asunción de la premisa de que no exista una prohibición generalizada del amianto, a nivel mundial. Esto es incuestionable, puesto que en ese supuesto, aunque se quisiera mantener la citada excepción, ésta, en la práctica, sería inviable, porque esa única utilización sería insuficiente para el sostenimiento económico de la minería del asbesto. La excepción sólo tiene sentido, si se asume previamente que, en el resto del mundo, esa prohibición generalizada no se da.
En ese contexto general, es en el que la lucha por la prohibición se libró en los Estados Unidos, y con esas dificultades fueron con las que tuvieron que luchar quienes la protagonizaron.
A esas dificultades, había contribuido, por una parte, la acción de lobby de algunos sectores industriales del país, como es el caso, singularmente, de la industria del automóvil. Pero también había otro factor muy importante: la presión, brutal, del gobierno de Canadá, y de su minería del asbesto.
Actualmente, esa situación ha cambiado radicalmente, puesto que Canadá ha cesado, total y definitivamente, en la extracción y exportación del asbesto.
Se abre así una nueva perspectiva, para que los expertos estadounidenses de primera fila, traten ahora de conseguir de sus políticos, aquello que en su día no les fue posible: una clara, completa y rotunda prohibición del amianto.
Con ello, los Estados Unidos podrían incorporarse a las más de 50 naciones que ya asumieron, en sus respectivas legislaciones, esa prohibición sin paliativos.
No cabe duda de que un logro así, ejercería de efecto dominó, como mínimo, respecto de aquellos otros países de la más directa influencia norteamericana, singularmente en las demás naciones del continente americano. No por ninguna imposición, sino por el carácter ejemplarizante que esa acción de gobierno tendría, respecto de las autoridades sanitarias de esos países, de sus políticos, de su opinión pública, y para el activismo ecológico y de defensa de la salud pública.
Esa sería una baza muy importante, de cara a conseguir una universal prohibición del amianto, tan sumamente necesaria.
Por todo ello, los grandes expertos norteamericanos, en esta precisa coyuntura, tienen ante sí un reto histórico de decisiva importancia. No sería de recibo, mirar para otro lado: ahora, o nunca. Las víctimas del amianto, pasadas, presentes y futuras, demandan ese paso adelante, ese rotundo posicionamiento.
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[1] Francisco Báez: ex -empleado de Uralita SA, donde fue delegado de personal y autor de varios informes y publicaciones sobre el tema. Paco Puche: escritor, editor y ecologista. Ángel Cárcoba: Promotor de la Salud Laboral en CCOO, autor de varios trabajos publicados sobre el amianto.
[4] Fuente: U.S. Geological Survey: "Mineral Commody Sumaries: 2012".
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