Los polvos de talco se han convertido en un germen de controversia para la multinacional Johnson & Johnson. Al menos a tenor del dinero que ha tenido que pagar en demandas y compensaciones por los supuestos cánceres provocados por el uso de este producto, especialmente en relación al cáncer de ovarios, en Estados Unidos y Canadá.
Solo durante el primer trimestre de 2023, la multinacional ha declarado unas pérdidas de 68 millones de dólares, lastradas por el gasto de 7.228 millones de dólares en costas judiciales y compensaciones derivadas de las demandas por su versión comercial de los polvos de talco. Esto se une al anuncio el pasado agosto de que suspenderá la fabricación y venta de polvos de talco para bebés en todo el mundo a partir del vigente año.
Más recientemente, a raíz del alud de demandas que no han cesado en los últimos años, y aunque niegan que esta sea la causa por la que el producto desaparecerá del mercado, Johnson & Johnson ha propuesto zanjar el problema creando un fondo para compensaciones de 8.900 millones de dólares.
Pero, ¿qué hay tras esta supuesta acción nociva de los polvos de talco? ¿Es real o infundada su acción a nivel genital y el riesgo de cáncer de ovario si se hace uso de ellos? Aquí es donde, partiendo de los estudios realizados, tanto las asociaciones que estudian el cáncer como los científicos, no alcanzan una posición única y rotunda.
Los polvos de talco tienen una obtención en yacimientos mineros de silicatos, y concretamente, son silicatos de magnesio, un tipo de mineral, que se estructura en pequeñas láminas con una gran capacidad para absorber la humedad, además de deslizarse una sobre otras, con lo que se consigue atenuar posibles llagas por roces.
Fueron descubiertos en 1878 por Henry Roberts, un farmacéutico que decidió comercializarlos en Inglaterra, desde donde se hicieron famosos en todo el orbe. Pero a los originales polvos de talco se han añadido con el tiempo otros productos como el óxido de zinc, el carbonato de magnesio y el undecilenato de zinc, además de aromatizantes.
¿Son estos añadidos los posibles culpables del aumento de riesgo de cáncer de ovario al entrar estos en el conducto vaginal por su uso genital? Según la American Cancer Society (ACM), el principal causante serían los restos de amianto que tradicionalmente han contenido los polvos de talco.
Esto se debe a que en los yacimientos mineros de donde se obtienen ambos materiales, los silicatos de magnesio y el asbesto (también conocido como amianto), estos conviven y son complejos de separar.
Así, la ACM declara en su página web: “Cuando se habla de si el polvo de talco está relacionado con el cáncer, es importante distinguir entre el talco que contiene asbesto y el talco que no contiene asbesto. Generalmente se acepta que el talco que tiene asbesto puede causar cáncer si se inhala”.
Esto afectaría principalmente a los trabajadores dedicados a la extracción de ambos materiales, pero también a los bebés, a quienes se les aplican en muchas ocasiones y que podrían inhalarlo tras su aplicación. Dada la poca evolución de sus pulmones, esto podría aumentar el riesgo de cáncer de pulmón.
Ahora bien, la ACM se muestra más cauta al hablar de posible riesgo de cáncer de ovario porque los estudios existentes muestran disparidad de criterios.
“Se ha sugerido que el polvo de talco podría causar cáncer en los ovarios si las partículas de polvo (aplicadas en el área genital o en toallas sanitarias, diafragmas o condones) viajaran a través de la vagina, el útero y las trompas de Falopio hasta los ovarios”, señala la ACM.
“Muchos estudios en mujeres han analizado el posible vínculo entre el polvo de talco y el cáncer de ovario. Los hallazgos han sido mixtos, con algunos estudios que informan un riesgo ligeramente mayor y otros que no informan ningún aumento”, prosigue para explicar que la principal dificultad está en que este tipo de cáncer es poco frecuente, lo que limita el universo de estudio.
Hay un consenso bastante amplio en la ciencia acerca de que la presencia de asbesto en los polvos de talco puede incidir a nivel vaginal al provocar inflamaciones en el conducto y las trompas de Falopio, que puedan activar células cancerígenas en el ovario u otras zonas.
Pero a partir de los años 70, y tras el progresivo conocimiento de los peligros del asbesto, se prohibió su presencia en los polvos de talco, por lo que en teoría su incidencia cancerígena debería estar descartada, al menos en relación a su uso en la higiene genital.
De todos modos, la controversia permanece con diferentes estudios que analizan si el talco sin asbesto sigue teniendo repercusión sobre el aumento de riesgo de cáncer de ovario.
“La evidencia de talco en muestras de ovario da crédito a un mecanismo de tránsito transgenital. Una vez en contacto con las trompas de Falopio, los ovarios y el peritoneo, se postula que el talco causa inflamación local y desencadena un proceso carcinogénico”, explican las doctoras e investigadoras Dana R. Gossett y Marcela G. del Carmen, especializadas en ginecología y oncología ginecológica respectivamente, en su artículo Uso de talco en la zona genital y riesgo de cáncer de ovario. Examinando la evidencia, publicado en 2020.
Sin embargo, tal como explican, determinar si la inflamación ocurre solo cuando el talco está contaminado con asbesto o si también puede suceder en respuesta al talco mineral puro “sigue siendo un área de controversia”.
El artículo de las doctoras Dana R. Gossett y Marcela G. del Carmen es un análisis con mirada experta sobre el estudio más grande realizado hasta la fecha —por un equipo de científicos de Estados Unidos— en relación con este tema.
Los investigadores analizaron datos de más de 257.000 mujeres estadounidenses con el fin de calcular el riesgo estimado de cáncer de ovario a la edad de 70 años, tanto en quienes habían estado expuestas a polvos de talco como en quienes no.
El hallazgo clave fue que no existe una asociación estadísticamente significativa demostrable entre el uso de polvo en el área genital y el riesgo de cáncer de ovario. No hay “evidencia de una relación dosis-respuesta significativa identificada en la población de estudio”, puntualizan Gossett y del Carmen.
Por lo tanto, este trabajo sostendría la hipótesis —defendida hasta ahora por entidades como la Sociedad Estadounidense de Oncología— de que no hay elementos suficientes para desaconsejar el uso de polvos de talco libres de asbesto.
De todos modos, según apuntan Gossett y del Carmen, hay que tener en cuenta un dato: pese al gran tamaño de la muestra del último estudio, “es posible que el estudio tuviera poca potencia para detectar pequeños aumentos o disminuciones en las tasas de cáncer de ovario”.
Esto se debe, entre otras cosas —siempre según ambas especialistas—, a que las investigaciones deberían centrarse en mujeres con “tractos reproductivos intactos”, pues son ellas las que corren el riesgo de que las partículas de polvo lleguen desde la vagina hasta sus ovarios (y no las que han tenido una histerectomía o una ligadura de las trompas de Falopio).
Y no solo eso: los estudios, señalan, también deberían poner especial atención al momento y la duración de la exposición al polvo en el área genital. “La acumulación de tales datos llevará muchos años y, dadas las bajas tasas de uso actual de polvos de talco, puede no ser factible”, dicen Gossett y del Carmen.
Entre 2016 y 2017, la justicia de Estados Unidos falló varias veces contra la empresa Johnson & Johnson, condenándola en una de estas ocasiones a indemnizar con 417 millones de dólares a una clienta con cáncer de ovario que declaró haber usado sus polvos de talco en la zona genital durante décadas. A esta se sumaron otras 4.500 denuncias en el país alegando la misma causa.
La compañía de productos sanitarios siempre negó las acusaciones. Según sus representantes, ningún estudio había podido demostrar de modo fehaciente una relación de causalidad entre el uso de polvos de talco y los casos de cáncer.
Pero en diciembre de 2018 un informe de la agencia de noticias Reuters reveló que durante décadas la empresa había tenido conocimiento de la presencia de amianto en sus polvos de talco —pese a la citada prohibición de asbesto en este producto— y lo había ocultado.
Y aunque también en esa ocasión la empresa se defendió (en un comunicado aseguró que el informe de Reuters era “parcial y falso”), menos de un año después —en octubre de 2019— la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos encontró fibras de amianto blanco en un lote de Johnson’s Baby Powder, el talco para bebés de la compañía.
Como consecuencia, Johnson & Johnson retiró de manera “voluntaria” ese lote de productos del mercado. Y meses más tarde, en mayo de 2020, la empresa anunció que dejaría de vender su talco para bebés en Estados Unidos y Canadá.
La razón oficial fue la supuesta pérdida de interés por parte de los consumidores, “incentivados por la desinformación sobre la seguridad del producto y el constante aluvión de información sobre litigios”.
Según las informaciones brindadas por la propia empresa, en 2021 las demandas judiciales contra su talco para bebé ya sumaban más de 25.000 y en 2020 la firma reservó un fondo de 3.900 millones de dólares para hacer frente al pago de posibles indemnizaciones y sanciones. Ahora el fondo ha aumentado a los 8.900 millones.
Fuente: www.eldiario.es
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