Entre 1994 y 2008, murieron en España 3.943 personas por su exposición al amianto, un mineral tóxico al que estuvieron expuestos durante décadas miles de trabajadores, sobre todo de la construcción o las fundiciones, pero no solo. Esa cifra, 3.943, es la que reconoce el Estado. Pero la dificultad para determinar la causa de las muertes y su vinculación con este material prohibido desde 2002, así como los infinitos retrasos en muchos de los diagnósticos y la lentitud también en el desarrollo de las enfermedades, hace imposible saber cuál es la cifra real. De muertos y de afectados. Porque cada año se descubren casos nuevos. Y así va a seguir siendo durante años.
Hoy 20 enero se cumplen tres meses desde que se incluyó en el BOE la ansiada creación de un fondo de compensación para las víctimas. Y digo ansiada porque los afectados y sus familiares han estado años luchando por conseguirlo, pero el acuerdo político se fue retrasando hasta que en octubre finalmente se llegó a un consenso. El fondo, dotado de 25 millones de euros, salió adelante. Y mañana, con esos 3 meses, se cumple también el plazo que se daba la propia ley para tener listo el reglamento que desarrolle la norma y que determine cómo van a ser y a gestionarse esas compensaciones.
José Antonio se dedicaba a retirar amianto en un edificio con una espátula y productos disolventes. "Llegamos a utilizar aire a presión que estaba prohibídisimo". Entró en contacto con el amianto en 1999 y así estuvo hasta 2007. Cuenta que no se dio cuenta de que estaba contagiándose porque "es algo silencioso". "Empezamos a trabajar muchos con 18 años y sin tener gran consciencia de ello. Pensábamos que estábamos protegidos, pero no sabemos a día de hoy si las máscaras que utilizábamos como protección eran realmente eficaces contra ese tipo de nube".
En 2022, después de tres biopsias, le diagnostican un mesotelioma. "Y a vivir con ello", dice con cierta resignación. Lleva desde entonces sin trabajar y ahora recibe un tratamiento de quimioterapia. "Un tratamiento de mantenimiento, para que no crezca", dice. "Ahora mismo estamos en Seguridad Social, que es la que en teoría debería ayudarnos. Llevamos un montón de meses esperanzo a que reconozca y dictamine la enfermedad profesional", dice. La empresa no se hace responsable. Dice que el mazazo no se nota solo en la salud. "Te merma moralmente y anímicamente".
En el caso de Vanesa, el amianto mató a su padre y a su madre. Su padre fue albañil durante veinte años (de 1970 a 1990) en Altos Hornos de Vizcaya. La única relación que tenía su madre con el amianto es cuando lavaba la ropa del trabajo de su marido en casa. Y así cayó enferma ella antes que él. "Al principio, cuando no sabes, no conoces, es una absoluta sorpresa. Cuando nos dicen que efectivamente ahí es donde ha existido ese contacto de manera indirecta. Comunicarle a tu padre que su mujer está enferma por haber lavado su ropa de trabajo es un golpe muy duro", dice. El hombre lo encajó como pudo. "Con muchísima valentía e intentando pensar en lo que venía y en que él tenía que estar ahí".
Más tarde enfermó su padre. Misma patología. "Con mi madre fue un golpe muy duro. Con mi padre no deja de ser duro porque, al final, es revivir la misma enfermedad y, además, sabiendo que él había sido cuidador antes de enfermo. Entonces él sabía los pasos, sabía perfectamente, era conocedor de lo que le esperaba. Sabía lo que le iba a pasar".
Su madre murió por culpa del amianto, pero Vanesa batalló por conseguir que sea reconocida como una víctima del amianto. No pude demostrar nada porque mi madre no tenía una vida laboral. De cara a las instituciones no tenía cómo demostrar que, aunque hubiese sido de forma indirecta, ella había tenido un contacto. Legalmente, no pudimos hacer nada".
Su padre, antes de morir, dejó un amplio testimonio sobre cómo trabajaban, en qué condiciones. "Ahí cuenta cuáles eran todas sus funciones y algunas era para echarse las manos a la cabeza". Y pasa a detallarlas: "Cómo cuando salían de un departamento que ellos denominaban departamento de amianto, les ponían en fila y les mangueaban con un compresor para quitar ese polvo. Las empresas se aferran a que había un desconocimiento, que no se sabía sobre la toxicidad. Se aferran a eso, pero, a su vez, cuando esos trabajadores salen de ese departamento, les manguean con un compresor para quitar ese polvo". Muestra entonces un documento interno de Altos Hornos de Vizcaya, del año 1984, que guardó su padre. Es un manual de seguridad para albañiles en el que pone "no limpies la ropa ni la cara con mangueras de aire". Y dice Vanesa: "es exactamente lo que ellos hacían años antes. ¿Cuál es el problema? Se sabía de la toxicidad. Aun sabiendo de la toxicidad y privando de equipos de protección a sus trabajadores, les mangueas previamente y luego se lo prohíbes".
Su padre, dice, desconocía esa toxicidad. "El trabajador sí que desconocía la toxicidad de ese producto. Porque si no, mi padre no saca una ropa de una fábrica y la lleva a un domicilio donde está su mujer y sus hijos. Esa ropa debía de haberse quedado en la fábrica. Ese protocolo debía de haber existido porque esa toxicidad se sabía. Vanesa pone hincapié en romper con esa creencia de que el problema del amianto es algo del pasado. De otras generaciones. De cuando no se sabía que esto podía pasar. Y pone de ejemplo a su compañero de mesa, José Antonio, que se contagió entrado ya el siglo XXI. "En los años en los que Jose se ha contaminado no hay excusas porque todos eran conocedores de esa toxicidad".
Ahora Vanesa se encuentra esperando qué dirá la sentencia del juicio que tuvo el año pasado con la empresa que se hizo cargo de Altos Hornos cuando esta desapareció. "Con dos diagnósticos tan claros, que a día de hoy tenga que seguir peleando y demostrando que esa enfermedad fue por el amianto, te genera mucha impotencia, pero a la vez te da fuerza para seguir peleando porque no se puede quedar así", dice. Ella y sus cinco hermanos se encuentran bajo control médico, para asegurarse de que no se contagiaron en casa.
Fuente: www.cadenaser.com
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