El amianto, o asbesto, es el nombre que reciben un grupo de minerales metamórficos fibrosos compuestos por silicatos (de magnesio, cobre o hierro). Su características principal es la presencia de fibras largas y perdurables, lo suficientemente flexible como para poder ser trabajado con comodidad y lo bastante resistente como para soportar altas temperaturas.
Estas cualidades convirtieron al amianto en un material estrella en el campo de la construcción, la fabricación de tuberías, tubos de extracción de humo y depósitos de agua, entre otros usos, durante la segunda mitad del siglo XX. Pero no era oro todo lo que relucía. Tras los análisis científicos pertinentes, en 1979 el Parlamento Europeo declaró que el asbesto era una sustancia cancerígena, y dictaminó que debía prohibirse en todos los países de la entonces Comunidad Económica Europea de manera paulatina.
En España – donde la fabricación de amianto para usos industriales la desarrolló la empresa Uralita, marca con la que en ocasiones se denomina comúnmente este material– el amianto dejó de ser utilizado en 2002; aunque seguía presente en todo tipo de construcciones realizadas con anterioridad: desde insonorizaciones de cines, teatros o auditorios hasta techos de fábricas, cobertizos, canalizaciones de muchos edificios...
Precisamente ese uso indiscriminado de amianto durante decenios hizo plantear a los políticos europeos una solución concreta frente un material nocivo para la población. El año pasado el Parlamento Europeo fijó 2028 como fecha límite para eliminar completamente los remanentes de amianto presente en cualquier tipo de infraestructura.
El peligro: la inhalación de amianto
El contacto directo con estructuras de amianto no supone por sí mismo un riesgo para la salud, pero la inhalación de fibras presentes en el aire (por ejemplo, a causa del derribo de una estructura donde se usó amianto) o el contacto prolongado con esta sustancia sí puede ser motivo de preocupación. Por ejemplo es el caso de la elevada incidencia de casos de cáncer y fibrosis entre empleados de las fábricas productoras de amianto y entre los manipuladores de estructuras hechas de este material.
De hecho, según la Organización Mundial de la Salud, "todos los tipos de amianto causan cáncer de pulmón, mesotelioma, cáncer de laringe y de ovario, y asbestosis (fibrosis de los pulmones)".
Largo período de latencia
En su día no se tenía constancia de ello, pero ahora se sabe que el asbesto es muy perjudicial a largo plazo. El amianto puede provocar enfermedades graves, como distintos tipos de cáncer de pulmón, entre el que destaca el mesotelioma maligno, una dolencia que afecta a la pleura y el peritoneo (una membrana que reviste el interior de la cavidad abdominal y que recubre el intestino y otros órganos del abdomen), cuyos síntomas pueden aparecer pasados dos o tres decenios desde la exposición.
Asimismo, el contacto prolongado con amianto puede originar asbestosis, una enfermedad consistente en el desarrollo de fibrosis pulmonar como consecuencia de la inhalación de asbesto y que, al igual que el caso del mesotelioma, presenta síntomas que se agravan con el paso de los años.
En el caso del metro de Barcelona, la empresa pública TMB ha admitido la presencia de crisólito (una variante del amianto) en las pinturas bituminosas contra el ruido que revisten las cajas metálicas de tres series de trenes (3000, 4000 y 2000), así como la existencia de componentes mecánicos y electrónicos, como arandelas aislantes en un conjunto de resistencias y unas juntas en los bajos del tren de las que no se puede asegurar plenamente que estén libres de amianto. De ahí que los trabajadores hayan solicitado soluciones concretas para la retirada definitiva del amianto de instalaciones y trenes.
Fuente: www.nationalgeographic.com
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