Este año, cinco personas han fallecido en Álava como consecuencia directa de su exposición al amianto en su trabajo. Les ha provocado cáncer de pulmón o mesotelioma (un tipo de cáncer provocado exclusivamente por el contacto con el asbesto). El último, falleció el jueves con solo 57 años y sin haberse jubilado. Trabajaron en Tubos Reunidos, SIS Electricidad y Fundiciones Urbina. Sus nombres se suman a los 39 registrados por la asociación de víctimas Asviamie en esta década. «Son miles las personas que han estado en contacto con el amianto porque se usaba para todo», asegura Jesús Uzkudun, su portavoz. Sin embargo, «sus efectos se enmascaran a menudo con los del tabaco y es fundamental la implicación sanitaria» para descubrirlo con pruebas específicas, explican Blanca Ruiz de Egino y Nuria Busto, abogadas.
Las víctimas, entre las que se encuentran esposas e hijas afectadas por mesotelioma, que enfermaron por lavar los buzos de trabajo en casa, lamentan que «la Seguridad Social de Álava no quiere reconocer que se trata de una enfermedad profesional». Ruiz de Eguino y Busto creen que «es por motivos económicos, porque hay miles de personas que podrían estar afectadas». Por eso, piden la creación de un fondo de compensación con el que hacer frente a la responsabilidades de empresas desaparecidas o de pequeño tamaño porque las sentencias afectan ya a una decena de firmas; Forjas Alavesas, Michelin, Cablenor y SIS Electridad en Vitoria; llodianas como Aceros, el Ayuntamiento y Guardian; a Tubos Reunidos de Amurrio; Atusa, de Salvatierra y Fundiciones Urbina, de Legutiano.
Simón y su esposa, Begoña Osés, viven el «día a día» y eso incluye paseos para buscar setas. Esa decisión se deriva del diagnóstico de mesotelioma que recibió Simón el año pasado tras «notar un dolor soportable en el costado que no se iba». Ha recibido varias sesiones de quimioterapia. «El origen de la enfermedad está en el contacto con el amianto. En este caso, no hay otra razón. Lo ratifican todos los informes médicos y de Osalan». Por eso no entienden que la Seguridad Social haya descartado su reconocimiento como enfermedad profesional. «Es increíble, parece que hay una 'mano negra'», asegura. El amianto estaba en todas partes en Aceros de Llodio, donde trabajó entre 1970 y 1992 y en la planta de Sidenor de Basauri, donde estuvo hasta 2009. «Era instrumentista y todo el material de medida que usábamos estaba recubierto de amianto. Incluso lo teníamos en las estufas donde calentábamos el bocadillo».
«A mis 76 años podría estar mejor» confiesa José Luis Navarro, que tiene placas pleurales desde hace tres. Convive con el estadio más leve de las enfermedad, que le produce fatiga. Es una de las secuelas de su trabajo durante 30 años en la acería llodiana. «El polvo contenía amianto porque el usábamos en el proceso de producción y terminaba convertido en polvo que se mezclaba con el resto de las escorias», asegura.
Alerta del peligro del material porque, «puede matar a la gente que ha trabajado con él» y asegura que «los protocolos de detección son correctos pero es necesario proteger a los trabajadores». Para eso reclama «un fondo de compensación porque muchas empresas han desaparecido».
«Papá murió el día del Padre del año pasado» y su hija se emociona cuando lo recuerda. Ella y su hermano David también han sido víctimas del mesotelioma se acabó con la vida de su padre en pocos meses. «En 2017 empezó a sentirse mal y tuvo varios derrames de pleura, pero el diagnóstico no era claro y pasaron varios meses hasta que supimos de qué se trataba», asegura. Su padre, Cosme, solo fue consciente de que había estado en contacto con el amianto de su trabajo al final de su vida. «Él siempre decía que no, que no había trabajado con amianto». Sin embargo, su tarea como albañil subcontratado en Forjas Alavesas y otras empresas le puso en contacto con el asbesto. Su hija asegura que «cuando vinieron los de Osalan a casa para hacerle el cuestionario respondió a todo que sí». La relación por tanto, estaba clara. Arantza y su familia insisten en la necesidad de asociarse y realizar controles periódicos para detectar una enfermedad que puede aparecer treinta o cuarenta años después de que una sola partícula haya entrado los pulmones.
Fuente: www.elcorreo.com
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