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Hacer la colada y coser pelotas: el amianto que mató a más de 8.000 mujeres

España,Interés,Mesotelioma

“Mi madre es un daño colateral, las empresas sólo ven números”, dice con rabia María Pilar Naldaiz, hija de Purificación Muñoz, fallecida el día de Navidad de 2018 cuando agonizaba por un mesotelioma. La enfermedad despertó en su cuerpo décadas después de respirar el amianto que desprendía la ropa de trabajo de su marido, que lavaba en el pilón comunitario de Lazcano (Guipúzcoa).

De niña, Pilar acompañaba a su madre al lavadero y sacudía con ella el polvo del buzo de su padre, soldador de Construcciones y Auxiliar de Ferrocarriles (CAF) en Beasáin, una localidad a escasos dos kilómetros de su pueblo que se ha convertido en uno de los epicentros de la pandemia del amianto en España. “Ese polvo era anaranjado, oscuro y metálico”, recuerda.

En ocasiones, sacudían las prendas dentro de casa y luego barrían, esparciendo sin saberlo el polvo de amianto. O lo hacían por el balcón, antes de tender. Ese gesto cotidiano y aparentemente inocuo, repetido durante años, desencadenó mucho tiempo después el mesotelioma de su madre, un tipo de cáncer que se produce en el tejido que recubre los pulmones por inhalar las minúsculas fibras de amianto.  

Las mujeres que fallecen por amianto son las víctimas menos visibles de una pandemia de por sí invisibilizada.

Aunque las enfermedades por amianto están asociadas a entornos laborales masculinizados del sector industrial y de la construcción, en España fallecieron 8.423 mujeres entre 2001 y 2020 por su exposición a este potente carcinógeno, según una estimación realizada por Moncloa.com con datos de defunciones del Instituto Nacional de Estadística (INE), a los que se les han aplicado ratios avaladas por científicos**.

De las casi 8.500 fallecidas, 1.753 murieron por mesotelioma y asbestosis, enfermedades causadas por una exposición intensa al amianto, un 30 por ciento del total.

La tasa de mortalidad femenina se dispara en los municipios en los que se localizaban antiguas fábricas de fibrocemento de amianto, como Ripollet y Cerdanyola del Vallès. Siguen Baracaldo y Pamplona, escenarios de fundiciones e industria pesada que también usaron este potente cancerígeno en sus manufacturas.

En la industria ferroviaria, el amianto se usó en el siglo XX para forrar el interior de los vagones por sus propiedades aislantes. Según el comité de empresa de la CAF, desde 1996, en Beasáin han fallecido por mesotelioma 56 trabajadores y tres de sus esposas, entre ellas Purificación.

Algunas mujeres lo inhalaron en sus puestos de trabajo. En muchos otros casos, el amianto entró en los hogares empujado por el viento contaminación ambiental o, como le ocurrió a Purificación, oculto en las ropas de trabajo de su marido contaminación doméstica.

Con mesotelioma, cada respiración sin morfina duele. Purificación Muñoz comenzó a no poder subir las escaleras de su casa y a sentir una punzada profunda en un costado. Hasta que llegó un día en el que no podía caminar. Tras una dolorosa punción lumbar, en marzo de 2018, recibió el demoledor diagnóstico: tenía un mesotelioma y era irreversible.

“En cuanto le dijimos al médico que mi padre, fallecido un año antes de un ataque al corazón, había trabajado en la CAF, tuvo claro de dónde le venía la enfermedad a mi madre”, recuerda Pilar.

Ocho meses después del diagnóstico, ya necesitaba una bomba de morfina e inyecciones adicionales cada media hora para soportar el dolor. El 23 de diciembre le dijo a sus hijas y a su doctora que cualquier día era bueno para morir. Ella misma reguló su bomba de morfina para no sufrir más dos días después.

Un infrarreconocimiento del 99%

En España, existe un infrarreconocimiento endémico de enfermedades por amianto. Sólo un 3% de los trabajadores logran el reconocimiento de su enfermedad laboral, un porcentaje que baja a un ínfimo 1% en el caso de las mujeres, de acuerdo con las estimaciones de este medio tras el análisis de los datos de partes de enfermedad laboral del sistema de Comunicación de Enfermedades Profesionales (CEPROSS) y de defunciones del INE.

“La Seguridad Social no reconoce una enfermedad laboral si no hay una vinculación contractual, por lo que las mujeres que lavaban los buzos o remendaban los monos de sus maridos sólo tienen la posibilidad de lograr una indemnización si demandan a la empresa por daños y perjuicios”, explica Alfredo Menéndez, catedrático de Historia de la Ciencia en la Universidad de Granada.

Además, señala Menéndez, los sectores de riesgo por amianto más reconocidos oficialmente son los de astilleros y siderurgia, donde trabajan hombres. “El sector textil que fabricaba trajes de bomberos y protecciones con amianto o los talleres de planchado son los sectores laborales en los que las mujeres tuvieron más exposición en el siglo XX”.

Según el Programa de Vigilancia de la Salud de los Trabajadores Expuestos al Amianto (PIVISTEA), en la actualidad, sólo el 3,8% de los 57.876 trabajadores alguna vez expuestos son mujeres (2.218).

Camareras y limpiadoras también enfermaron

De 2007 a 2020, el CEPROSS consignó 35 reconocimientos de enfermedad profesional a mujeres, de los cuales al menos diez estaban conectados con el sector industrial.

Fueron emitidos por una empresa metalúrgica, otra de fabricación de calderas y tuberías, un taller de reparación de maquinaria industrial, un astillero, una empresa de ferrocarril, una química y otra de construcción de componentes de motor. También reconocieron enfermedades asociadas al amianto una empresa de porcelana y dos manufactureras.

El resto de los reconocimientos a favor de mujeres fueron por oficios dispares, no relacionados tradicionalmente con el uso de amianto, como peón agrícola, ganadera, empleada de limpieza de oficinas, camarera, dependienta y una auxiliar administrativa de Renfe Fabricación y Mantenimiento Sociedad Mercantil Estatal, una empresa que acumula 25 casos entre mujeres y hombres.

Este medio logró saber, a través de una asociación de afectados por el amianto, que esa trabajadora de Renfe padece un cáncer de pulmón y que fue electricista antes de ser administrativa.

En una sucursal malagueña de esa sociedad de Renfe se desmontaron en los años 80 vagones forrados con asbesto azul, según afirma Paco Zafra, trabajador de la ferroviaria y presidente de la Asociación Víctimas de Amianto (AVIDA) en la ciudad andaluza.

Renfe no respondió a la pregunta de este medio sobre si se desamiantaron trenes en sus instalaciones. En cambio, informó de que se habían desarrollado dos grandes campañas de eliminación de amianto en trenes, la primera en los 80 y la segunda en los 90 y principios del 2000, aunque la empresa no precisó ni cómo ni dónde.

Vecinas del amianto

“Si al aire de una ciudad le pones un veneno que sabes que mata y la gente se muere, eso se llama terrorismo ambiental”, dice convencido Jordi Soley Moncada, viudo de Ascensión García, fallecida a los 46 años en Barberá del Vallés (Barcelona).

Esta carnicera vivía a siete kilómetros de Cerdanyola, donde hubo una fábrica de fibrocemento de Uralita. En 2011, le diagnosticaron un mesotelioma. Según su marido, respiró fibras de amianto durante la niñez en casa de su abuela, que de vez en cuando lavaba la ropa y cosía el mono de su yerno, trabajador de Uralita.

Las fábricas de fibrocemento diseminaron el polvo de amianto no sólo entre familiares de trabajadores, sino también entre vecinos que no tenían ninguna vinculación laboral con la fábrica.

El caso más estudiado de muertes ambientales es, precisamente, el de Cerdanyola del Vallés. En su tesis doctoral, Patologia per amiant a la comarca del Vallès Occidental, el neumólogo Josep Tarrés, demostró en 2018 cómo la dirección del viento influyó en la aparición de mesoteliomas en personas de Cerdanyola que no tenían ninguna vinculación laboral ni familiar con trabajadores de Uralita.

En total, entre 2001 y 2020 fallecieron por asbestosis y mesotelioma 22 mujeres en Cerdanyola y 21 en Ripollet, un municipio a escasos tres kilómetros de la fábrica de Uralita, según las estimaciones de este medio. Ambas localidades acumulan el mayor número de muertes relativas de mujeres, encabezando el ranking nacional.

En Getafe, donde operó otra fábrica de Uralita hasta 2001, murieron 21 mujeres por cada 100.000 habitantes, según las estimaciones de este medio.

El pasado año, los vecinos y familiares de trabajadores de la sede de Uralita de Cerdanyola afectados por el amianto lograron, agrupándose en una demanda colectiva, una sentencia a su favor en el Tribunal Supremo que condenaba a la empresa al pago de indemnizaciones. La firma Barrilero y Zubizarreta, administradora concursal de COEMAC (la extinta Uralita), no contestó a las preguntas de este medio.

Sin embargo, las víctimas ambientales en territorios sin precedentes judiciales por casos similares lo tienen más difícil para obtener una indemnización por daños y perjuicios. Carmen Elarre, enfermera pamplonesa, falleció en 2020 a los 64 años a causa de un mesotelioma. “Empezó a cansarse muchísimo al caminar, se quedaba sin aliento”, narra Javier Sala Ibarrola, su marido.

Tras el diagnóstico, Carmen tuvo que hurgar en su memoria para averiguar cuándo y dónde había respirado amianto. Ella y su viudo concluyeron que lo había hecho en su propio cuarto durante su infancia y juventud. Su habitación daba a un patio interior compartido con el almacén de una fábrica de frenos de la empresa Icer Brakes, que hoy pertenece al Grupo Berkelium, dedicado a la fabricación de componentes de vehículos.

“Allí, además de otros productos, almacenaban el amianto”, sostiene Javier. Según él, dormir los veranos hasta los 25 años con la ventana abierta pudo haber condenado a Carmen a muerte 40 años después.

En los años 60, los forros de frenos y discos de embrague tenían amianto entre sus componentes. En la página web de la empresa, un texto reza que en 1990 “se lanza al mercado la gama más amplia de productos sin amianto”.

A comienzos de este año, el Tribunal Superior de Justicia de Navarra ratificó la incapacidad permanente total de un trabajador de Icer Brakes por asbestosis.

El Grupo Berkelium declinó contestar a las preguntas planteadas por Moncloa.com.

Estufas que irradiaban amianto

Entre 2001 y 2020, fallecieron en Pamplona 37 mujeres por asbestosis y mesotelioma. Esta ciudad ocupa el cuarto lugar en mortalidad relativa de mujeres debido a dichas enfermedades.

Nuestra guía para entender por qué Pamplona tiene esta alta tasa es María Asunción Fernández, fundadora en 2016 de la Asociación Navarra de Amianto Nuevo Amanecer. Su marido, José María Esteban, murió en 2017 por un mesotelioma tras respirar amianto en la fábrica de Superser en Cordovilla (Navarra). Era supervisor de una línea de fabricación de estufas catalíticas, que contenían un panel aislante de amianto.

Según la información aportada por BSH Electrodomésticos España S.A., la extinta empresa de la marca Superser (Inelsa), identificó a 126 trabajadores expuestos al amianto. BSH compró en 1991 los activos de la Sociedad Pública SAFEL (propiedad del Gobierno navarro), heredera a su vez de Inelsa. Aclara también que en la fábrica de Superser de Cordovilla en la que trabajaba José María, pudo haberse usado amianto hasta 1971.

En las cadenas de montaje de estas estufas, muy populares en los 70, había una importante presencia femenina. María Asunción ha asistido al entierro de 55 miembros de su asociación, de los cuales 22 eran mujeres. No todas las fallecidas trabajaron en Superser. También lo hicieron en metalúrgicas, talleres de frenos, empresas automovilísticas e incluso fábricas de porcelana.

Otras mujeres se expusieron al amianto en sus casas mientras trabajaban en negro para pequeñas empresas de la zona.

“En Pamplona, en los sesenta, muchas mujeres se llevaban a casa pequeños trabajos manuales para manufacturar productos que contenían amianto y que les pagaban por unidad”, explica. “Hubo mujeres que se dedicaron a cortar suelas que iban forradas con amianto para aislar el zapato de la humedad y otras que cosieron pelotas de goma en las que ponían amianto por dentro mientras cuidaban a sus hijos”.

Y todo, literalmente, por un duro, que es lo que ganaban por coser cuatro pelotas. Según la asociación, en una misma familia llegó a haber siete personas enfermas por amianto, ya que todos, incluidos los niños, cosían pelotas.

Este medio intentó ponerse en contacto con el único superviviente de una de estas familias, pero no quiso hablar para no volver a revivir el dolor de las pérdidas.

Vivir con una bomba de tiempo en el pecho

Las mujeres de los trabajadores que se expusieron al amianto sin medidas de protección en fábricas, fundiciones o astilleros viven con miedo a ser diagnosticadas de un cáncer, como si tuvieran en sus pulmones una bomba de tiempo que en cualquier momento puede iniciar la cuenta atrás. Y sus maridos, si caen enfermos, viven la enfermedad con la angustia de saber que han podido llevarla a casa.

Ana Cristina Pe, de 56 años, lavó durante años la ropa de trabajo de Juan Andrés González, que desmontó trenes con amianto en la década de los 80 en la fábrica de la CAF de Zaragoza.

“Cada año, durante la revisión, vivimos una angustia enorme incluso si ha salido bien, porque no sabemos cuántos años tenemos por delante”, explica. “La mayoría muere poco después de jubilarse, sentimos que tenemos los días contados”, dice Ana Cristina Pe.

Pilar Naldaiz, la hija de Purificación Muñoz, respiró polvo de amianto en el lavadero de su pueblo, al igual que otras niñas que ayudaban a sus madres. Al estar en el protocolo sanitario por amianto, una vez al año pasa por radiografías y espirometrías para medir su capacidad pulmonar. “Vives pensando que en cualquier momento se te despierta en los pulmones el amianto”, describe.

Pero más allá de este miedo, lo peor para Pilar es el sentimiento de rabia, una rabia que se acrecienta con la revictimización que sufren los familiares para acceder a una pensión con recargo de prestaciones o una indemnización.

“Después de vivir todo lo que has vivido, te sientan en una mesa y comienza el mercadillo, el regateo”, describe en relación con los acuerdos extrajudiciales entre las empresas contaminantes y las víctimas.

“La sensación es que te dan algo para que te calles. Yo no he tocado ese dinero porque me quema. Siento que es faltar el respeto a mi madre que me hayan dado esa miseria. Las empresas tienen las manos manchadas de amianto. Han caído nuestros padres, estamos cayendo nosotros y, si no se remedia, caerán nuestros hijos”, sentencia Pilar Naldaiz.

Fuente: www.moncloa.com

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