Imaginemos una fibra mineral indestructible, tan pequeña que es casi imperceptible, que al inhalarla va directo a tu pulmón y puede clavarse en la pleura (tejido que recubre los pulmones y reviste la pared interior de la cavidad torácica) como si fuera una aguja, que puede permanecer ahí alojada, formar una especie de callo (fibrosis pulmonar) y con el tiempo dar paso a un tumor que genere un cáncer. Imaginemos que estás expuesto a estas fibras a diario en jornadas de seis, ocho o más horas durante años, sin ninguna protección, pese a que la empresa para la que trabajás sabe de las graves consecuencias que produce manipular y habitar tanto tiempo un espacio en el que predomina ese elemento cancerígeno. Imaginemos que las enfermedades pueden tardar varios años en aparecer y que tenés que vivir el resto de tu vida con vigilancia médica, muchas veces sin saber si las fibras que se encuentran en tu pulmón, con los años, desarrollarán un cáncer. Imaginemos no saber si esas fibras también pueden afectar la salud de tu familia, porque las llevaste a tu casa en tu ropa de trabajo por años y seguramente las inhalaron.
Esa es hoy la situación de los trabajadores del subte de Buenos Aires, que el lunes volvieron a realizar medidas de fuerza en reclamo de la reducción de la semana laboral para disminuir su exposición al asbesto, también conocido como amianto.
El asbesto es un grupo de minerales fibrosos presentes en la naturaleza, caracterizados por su resistencia al calor y a la corrosión. Este material, que es más fuerte que el acero e imposible de destruir (para evitar su circulación se debe enterrar), es un cancerígeno humano reconocido por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y prohibido en más de 80 países. En la Argentina, la prohibición de su producción, importación y comercialización rige desde 2003.
Desde 2018, los trabajadores del subte denuncian que están expuestos a este elemento. El asbesto no sólo se encuentra presente en las formaciones, sino también en los talleres y en las profundidades de los túneles subterráneos: en máquinas, herramientas, instalaciones eléctricas, cables, usinas, contactores eléctricos, alta tensión, fusibles, placas, ductos viejos de ventilación, pastillas de freno, techos de fibrocemento y hasta en las bombas de agua. También dentro de alguno de los trenes, en la pintura.
De los 4.000 trabajadores subterráneos, hoy 2.700 se encuentran en vigilancia médica por haber estado en contacto con el asbesto. Varios presentan patologías vinculadas. Ochenta y siete trabajadores tienen asbestosis o fibrosis pulmonar, un tipo de neumoconiosis producida por la inhalación de las fibras de este mineral. Se trata de una patología pulmonar crónica, progresiva y de evolución lenta. Seis trabajadores tienen cáncer y hay otros tres que fallecieron (dos en actividad y uno jubilado).
Estos números son dinámicos. Existe un periodo de latencia, tiempo que transcurre entre la exposición al asbesto hasta la aparición de los síntomas, que puede ser cerca de los diez años para la fibrosis pulmonar, quince años o más para el cáncer de pulmón, o entre treinta y cuarenta años para la aparición de un mesotelioma maligno, un tumor maligno grave que afecta la pleura o el peritoneo.
Lilian Capone, neumonóloga del consultorio de Patología Ocupacional Respiratoria del Instituto de Tisioneumonología Prof. Dr. Raúl Vaccarezza, dependiente de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires (UBA), explicó a El Cohete a la Luna que “los trabajadores que están expuestos al asbesto pueden tener una lesión en su organismo, pero además tienen un período de latencia, como una espada de Damocles de por vida. Nunca se sabrá qué va a pasar con su salud o la de su familia en un futuro. Por eso deben estar bajo vigilancia preventiva permanente”.
Cruzar los pocos metros de la Avenida Corrientes que dividen el Parque Los Andes a la plazoleta de enfrente, en el barrio porteño de Chacarita, se había convertido en toda una hazaña para Daniel Fernández. Llegaba sin aire, se agitaba y temía constantemente no poder completar el trayecto. En 2019, El Gallego –como le dicen todos los que lo conocen– llevaba trabajando 15 años como mecánico en el Taller Ferroviario Rancagua, ubicado bajo el parque y en donde se alojaban y reparaban los coches de la Línea B del subte. Desde hace unos meses notaba que tenía menos resistencia. Él, que con sus 53 años se consideraba un hombre jovial y con mucha energía, notaba que algo le pasaba. Ya no podía subir corriendo los escalones del taller, ni correr demasiado. “Yo lo expresaba, pero la empresa me decía que estaba mal físicamente porque fumaba mucho”, contó el trabajador a este medio.
Fernández había sido cinco veces delegado del taller y estaba al tanto de la presencia de asbesto en el subte. En febrero de 2018, los trabajadores del subte se enteraron por los medios que un trabajador del Metro de Madrid había desarrollado una patología relacionada con el asbesto. Esos mismos trenes CAF 5000, que fueron sacados de circulación en el país europeo por tener material cancerígeno, habían sido adquiridos entre 2011 y 2013 por el entonces jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Mauricio Macri, pese a la prohibición que existía en nuestro país desde 2003. Estaban circulando en la línea B y sus piezas eran manipuladas en el Taller Rancagua.
Ante la negación de la existencia de asbesto en el subte por parte de SBASE, la concesionaria Metrovías y de la ART Galeno, los trabajadores se presentaron ante la Justicia e hicieron el primer paro en la historia de nuestro país por autodefensa de la salud. Paralelamente enviaron algunas piezas a la Universidad Nacional del Sur para que su análisis. Los estudios confirmaron la presencia de asbesto en su variedad de crisotilo en piezas de distintas flotas, no sólo en aquellas que provenían de España. También se detectó el mineral en el techo del cuarto de conductores del Premetro y en las pastillas de freno de las escaleras mecánicas de madera de la Línea E.
Luego de varios meses de lucha, los trabajadores lograron que a principios de 2019 la ART les hiciera estudios específicos para la detección de asbesto en el organismo. Uno de los primeros en hacérselos –junto a otros 191 empleados de los talleres Rancagua y Urquiza de la Línea B– fue Fernández, a quien le detectaron cáncer de pulmón. “Resultó que trece teníamos alguna afección vinculada al asbesto. La mía y la de otro compañero, Jorge Pacci, eran las más graves”, contó. Pacci también se desempeñaba en el Taller Rancagua y falleció en 2021, tras cursar por nueve meses un cáncer fulminante. Su familia denunció que la ART rechazó el caso porque Metrovías no lo tenía incluido en el Registro de Agentes de Riesgo (RAR). Recién lo hicieron ante el pedido expreso de la Superintendencia de Riesgos de Trabajo y todo ese trámite demoró su atención médica.
En noviembre de 2019, Fernández fue operado. Debieron extirparle medio pulmón para salvarle la vida. Había bajado 23 kilos y pensaba que su suerte ya estaba echada. “Los médicos me dijeron que me salvé de milagro”, contó Fernández, que hoy con 58 años cobra una jubilación por discapacidad.
Roberto Pianelli, secretario general de la Asociación Gremial de Trabajadores del Subte y Premetro (AGTSyP), afirmó que el gremio debió incorporar psicólogos sociales porque el efecto psicológico en los trabajadores es muy grande: “Desde el punto de vista psico-social es demoledor. Trabajás 20 ó 25 años con asbesto y no te dijeron, y llevabas a tu casa fibras de asbesto en la ropa y por ahí contaminaste a tu esposa, a tu hijo. Y además, de golpe sentís que no podés planificar futuro porque no sabes si se te va a desarrollar un cáncer, y no podés seguir trabajando en tu puesto por riesgo a enfermarte más”.
Desde 2018, cuando se comprobó la existencia de asbesto en el subte, los Metrodelegados exigen que se realice el muestreo de todas las piezas sospechadas de contener asbesto y que se implemente un plan de des-asbestización, que implica el retiro de los focos de contaminación en el material rodante y en las instalaciones fijas de la red.
A diferencia de otros países de la región –como Chile–, donde la des-abestización puede ser llevada a cabo por los propios trabajadores, la legislación argentina dice que la tarea sólo puede ser realizada por una empresa especializada en asbesto, registrada en el Sistema Público de Solicitudes APrA (SIPSA), de la Agencia de Protección Ambiental de la Ciudad de Buenos Aires.
La actual concesionaria del subte, Emova –del Grupo Roggio, dueño de Metrovías–, contrató en los últimos años a dos firmas para iniciar el plan. Lo hicieron una vez que en 2020 la Cámara en lo Contencioso Administrativo y Tributario de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires confirmó una sentencia de primera instancia que había dispuesto, como medida cautelar, la prohibición de la manipulación o contacto con piezas, materiales, componentes o lugares con asbesto. La resolución corroboró las denuncias que hicieron los trabajadores sobre la presencia de asbesto en el subte.
Pianelli explicó a El Cohete: “Hoy sabemos que no hay ninguna línea de subte que no tenga asbesto. La línea H, que es la más nueva y que se hizo sin asbesto, tuvo circulando los primeros seis años un tren Siemens que funcionaba en la E y la C y que estaba plagado de asbesto. Ya no funciona, pero la fibra se desprendió y se acumuló en el túnel. Nos dimos cuenta que no sólo había asbesto abajo de las formaciones, sino que adentro también. Es inédito, porque en ningún lugar del mundo ocurre que los conductores y los guardas también estén expuestos”.
El asbesto además puede afectar la salud de los pasajeros frecuentes del subte, aunque en menor medida porque el tiempo de exposición es mucho menor. Emova aseguró que los niveles de asbesto no afectan a los usuarios, y Capone lo cuestionó: “Las mediciones que hizo la empresa están por debajo de la concentración máxima de asbesto permitida en nuestro país. Sin embargo, la OMS dice que ante un cancerígeno no existe concentración de confianza, que tiene que ser cero. ¿Por qué en nuestro país hay un techo de concentración y en Europa tiene que ser cero, si tenemos los mismos pulmones?”.
Desde la AGTSyP aseguran que, pese a que ya se retiraron entre 70 y 90 toneladas de piezas y componentes que contenían diversos porcentajes de este mineral o que habían estado en contacto con las fibras contaminantes, aún quedan cerca de 200 toneladas en toda la red.
Los trenes de la línea B del subte son los únicos que deben ser removidos por completo porque el asbesto se encuentra en la pintura y sacarla implica contaminar el ambiente. “Desde hace cinco años estamos pidiendo que se liciten. Por la trocha no se pueden cambiar por los de otra línea”, manifestó Pianelli.
En tanto el proceso de des-asbestización llegue a su fin, los trabajadores del subte piden acortar las jornadas. “La única manera de disminuir el riesgo de enfermar es disminuyendo la dosis, es decir, el tiempo de exposición a la polución. Por eso, con criterio, los trabajadores del subte piden la reducción de la jornada”, explicó Capone, y el metrodelegado agregó: “No quiere decir que no nos vamos a enfermar, sino que vamos a vivir más tiempo”.
La problemática de los trabajadores del subte debe tomarse como un tema de salud pública. Tenemos que estar atentos porque no son los únicos expuestos a esta sustancia cancerígena. Existen muchas otras profesiones acechadas por el peligro del asbesto. Este se usa en las industrias de la construcción, naval, automotriz, aeronáutica, ferroviaria, del petróleo y la petroquímica. Para Pianelli, quien sin buscarlo se convirtió en un experto en el tema, si en la Argentina se registrara la cantidad de personas que tienen cáncer producido por asbesto, “veríamos que es un problema gigantesco que tenemos, porque en nuestro país hoy el asbesto mata más que el glifosato”.
Fuente: www.rebelion.org
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