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“El amianto es un asesino en serie que goza de la protección de los tribunales”

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Alberto Prunetti  (Piombino, 1973) Estudió ciencias de la información en Siena y posiblemente nunca imaginó que escribiría una novela sobre su padre, Renato Prunetti, un obrero de la industria siderometalúrgica italiana que trabajo quince años expuesto a amianto y que falleció a los 59 años como consecuencia de un carcinoma producido por el contacto con esta fibra maldita. La novela lleva por título “Amianto” y ha sido publicada en castellano por “Hoja de Lata” y en catalán por “Tigre de Paper”.

En tu novela no sólo hablas del amianto, hablas de cómo un hijo ve enfermar a su padre. Una de las cosas que he pensado después de leerla es que a las víctimas del trabajo se las presenta aisladas de su entorno familiar. Es como si no fueran humanos, sólo “recursos humanos”, piezas de un engranaje. Creo que tú dinamitas por la base esa estrategia al hablarnos de ti y de tu padre

Sí. Tienes razón. Cualquier enfermedad, y más una enfermedad laboral, va a impactar no sólo en el trabajador sino en toda la familia.  Cuando un trabajador enferma toda la familia enferma. Todos estuvimos enfermos por lo que le pasó a Renato. La vida de mi madre cambió totalmente, también la mía y la de mi hermana.

¿Tú eras consciente de que se trataba de una enfermedad laboral por exposición a amianto?

Lo sospechaba, pero la actitud negacionista de los médicos cuando mi padre llegó al hospital fue tremenda. De hecho, pienso que es la verdadera razón por la que yo decidí escribir este libro. Cuando llegamos al hospital, el médico nos dice que mi padre tiene un cáncer en el pulmón que ya ha desarrollado una metástasis en el cerebro y que no hay mucho que podamos hacer. Entonces yo le pregunto si esa enfermedad puede tener que ver con su trabajo porque él había estado trabajando como soldador. Y el médico me contestó: “A mí no me interesa eso. Yo miro al cerebro y al pulmón, y nada más”.  Yo me indigne muchísimo. La tendencia de la medicina convencional es individualizar el paciente y actuar como una máquina: “te pongo la quimioterapia, pero no voy a preguntarme qué pasó”. Por fortuna hay otros médicos, cómo los epidemiólogos, que se hacen preguntas, por qué si no, no vamos a entender lo que está pasando y tendremos otros Renatos. En muchos casos la medicina carece de la responsabilidad social que les debería llevar a interrogarse sobre las causas de la enfermedad. Ahí es cuando yo me dije: quiero entender por qué le paso esto a mi padre.

Renato, debió ser alguien impresionante, no sólo por lo que cuentas en el libro, sino también por las fotos que vemos. Un hombre muy atractivo, muy fuerte y alegre. Es un contraste tremendo con la enfermedad

Sí. Mi padre era una especie de héroe para nosotros, como muchos otros padres obreros de mi barrio. Los niños obreros mirábamos a nuestros padres con mucha admiración. Trabajaba con fuego, era un hombre fuerte y alegre pero evidentemente estaba expuesto a toda la tabla química de Mendeleyev sin protección. A los 40 había perdido el oído, tenía problemas en los ojos y la dentadura arruinada. A los 50 años, le reconocen una incapacidad laboral por sordera, pero ni una palabra del amianto ni de la exposición a hidrocarburos.

Y ¿tu padre sabía algo de esa exposición?

Yo creo que sí, porque él trató muchas veces de jubilarse anticipadamente por su exposición a amianto a partir de una ley que se publicó en Italia en 1992, que permitía la jubilación anticipada a los trabajadores que hubieran estado en contacto con el amianto.  Sin embargo, no lo consiguió porque las empresas en las que él había trabajado negaron esas exposiciones a amianto. Las empresas miden la presencia de productos tóxicos en el ambiente cuando hay mucho viento, así que pueden presentar esas mediciones para negar la exposición. Una vez mi padre fallece, mi madre y yo seguimos buscando las evidencias de que mi padre había estado expuesto a amianto y lo hacemos por rabia, por dignidad, porque pensamos que es lo que él habría querido.  Y lo dramático –por qué es humor negro- es que conseguimos que se le reconozca el derecho de jubilación anticipada. Una vez Renato lleva muerto seis años recibimos una sentencia que dice que se podía haber jubilado siete años antes. Renato fallece en 2004 y obtenemos la sentencia favorable en 2010.  La única consecuencia de esa sentencia es un incremento de 70 euros al mes sobre la pensión de viudedad de mi madre.  Para obtener una compensación económica de las empresas que no protegieron la salud de mi padre tendríamos que iniciar un juicio penal mucho más costoso porque mi padre era un “transportista” , es decir, un obrero especializado de la industria siderometalúrgica que las empresas enviaban a muchos centros de trabajo diferentes, por todo el norte de Italia, para reparar cosas muy específicas. Algo parecido a lo que hoy conoceríamos como una subcontrata especializada que trabaja en muchos centros de trabajo. Los abogados dicen que es muy difícil ganar un juicio en esas condiciones porque las empresas se van pasando la pelota y los tribunales, la mayoría de las veces, miran hacia otro lado. El amianto es un asesino en serie que goza de la protección de los tribunales. Es muy triste pero es así.

Y no sólo de los tribunales, también de las administraciones públicas que han de reconocer el daño, la Inspección o los Institutos Nacionales de Salud. Lo estamos viendo en España, lo contamos en un reportaje reciente: es un calvario burocrático y judicial el que han de recorrer los trabajadores enfermos

Efectivamente. Es un calvario y además es una lotería. Te encuentras que en dos casos idénticos, los dictámenes de la Administración son diferentes. A uno se le reconoce el daño y a otro no. A mí me parece que lo hacen para seguir dividiendo a la clase obrera. Si a todos les dijeran que no tienen derecho a una indemnización tendríamos a un pueblo en lucha. Lo vemos con las empresas públicas y con las privadas, en las primeras se reconoce más que en las segundas. No sé si es una estrategia consciente pero el resultado es evidente. Crea división entre los trabajadores y salva a los patronos.

¿Estando en vida tu padre, tú no te das cuenta de lo que está pasando?

Sobre el tumor no. Era más fácil ver las heridas que tenía como soldador. Pero es que, además, Renato, como muchos otros obreros, cuando llegaba a casa no tenía ganas de hablar del trabajo. Otra cosa sobre la que conviene reflexionar es que los obreros – los trabajadores varones, en general- se presentan como indestructibles. Son fuertes, sin problemas, muy machos. Y luego se jubilan y mueren. Cuando todo está pasando no es fácil poner todos los factores juntos. Ni si quiera cuando mueren. Estás tan destrozado que no puedes. De hecho, yo he necesitado cinco años para poder ponerme a escribir. Hace unos meses, un lector en Francia, en la presentación de la edición francesa de “Amianto”, un joven de unos 30 años que es también hijo de un obrero fallecido por exposición a amianto, me dijo que había comprado la novela pero que todavía no tenía fuerzas para leerla. Además, me dijo una cosa muy interesante: “Yo no sé por qué, pero yo tengo vergüenza por la muerte de mi padre y no logro hablar del tema ni si quiera con mis compañeros del sindicato” me dijo. Y es verdad, no sé por qué pasa, pero la enfermedad te da vergüenza. El capitalismo consigue que nos autoculpabilicemos de la enfermedad. De hecho, mi madre decía: ¿por qué se fue tu padre a trabajar a Casale Monferrato? ¡Mira todos los obreros jubilados de nuestra calle, con sus perros y sus nietos!  Siempre nos culpamos a nosotros mismos y eso es inaceptable.

Efectivamente, el sistema consigue que las muertes en el trabajo aparezcan desligadas de la vida familiar y también consigue que los trabajadores y trabajadoras nos culpabilicemos de haber aceptado unas condiciones de trabajo que son insanas

Yo mismo me sentía culpable por haber estudiado en la universidad con el trabajo duro de mi padre que enfermó. Es como un círculo muy negativo que he conseguido romper escribiendo “Amianto”. Ha sido una forma de ofrecer una mirada desde dentro de la clase obrera y señalar quiénes son los auténticos culpables de esas muertes: las empresas que no protegen a sus trabajadores.

En tu libro también hay una mirada al obrero industrial, tu padre, desde la posición de lo que conocemos como “precariado”, con la que tú te identificas, desarrollando una profesión que requiere una formación intelectual pero que está pésimanente remunerada

Efectivamente. Trato también de atacar esa idea de que mi padre pertenecía a lo que a veces interesadamente se llama “aristocracia obrera” o “aristocracia industrial”. Esos discursos perversos que tratan de enfrentarnos a la clase obrera. Por ejemplo, cuando te dicen: “es que tú tienes pocos derechos porque tu padre – o su generación- tuvieron muchos derechos”. Yo cuando escuchaba un discurso como ese decía ¡Qué mierda es esa!, ¡Qué derecho ha tenido mi padre! ¡Mi padre ha tenido el derecho de enfermar trabajando y morir por ello! Contra esa narración tóxica que divide a los explotados de distintas generaciones he escrito mi libro. Por eso he querido escribir de Renato y de Alberto. Si nosotros hoy estamos explotados, la razón es la derrota, en los años 70, de las luchas obreras de la generación de Renato.

Eres crítico con los sindicatos y con el Partido Comunista en el libro

Sí pero soy crítico desde dentro. Como un hijo puede ser crítico con su padre. No es una crítica desde fuera. Mi padre tenía una fuerte ética laboral. Algo muy característico del Partido Comunista de antes. Todo era, trabajo, trabajo, trabajo. Yo discutía con él en ese tema porque creo que hay que situar el trabajo en el conjunto de la vida y no hay que verlo aislado. Para Renato el trabajo era una ética, una ética hasta el sacrificio. Es esa idea de “mejor trabajar y morir que no trabajar”. Yo le decía “estalinista” y él no se enfadaba porque para él era un cumplido (risas). Pero esa ética es también una trampa del sistema. Creo que los sindicatos, en los años 60 y 70, compartieron esa idea y llegaron tarde al tema medioambiental y al tema de la salud. El sindicato de lo único que se preocupaba era de que la empresa te pagara el plus del trabajo penoso. “Pide más dinero pero lo haces” decía el sindicato en los 70. Los sindicatos en Italia, en la actualidad, son críticos con esta visión. Le llaman la “monetarización de la salud”. Pidiendo más dinero no se consigue nada, porque el dueño puede pagar más dinero. Mi padre estaba afiliado a la CGIL. Ahora la CGIL comparte este discurso ambientalista y en defensa de la salud. Estamos juntos en esto. De hecho, en Casale Monferrato, hemos visto que hasta que la lucha medioambientalista no la protagoniza la clase obrera no hay cambios reales.

En esa ética del trabajo, de ese obrero fuerte que no habla de sus debilidades, yo también veo la huella del patriarcado

Sí, hay algo que tiene mucho que ver con una forma de entender la masculinidad. Eso de ser muy machos y que el macho no puede ser débil. Eso es algo que tenemos que deconstruir. Muchas veces cuando hablo con los viejos obreros y siento que ellos piensan que están hechos de acero. Son gente impresionante, pero eso no es así: “el cuerpo está hecho de carne y la carne se corta”. Los viejos hacían cosas que a nosotros nos parecen increíbles: Mi abuelo se iba a trabajar con la bicicleta a 25 kilómetros y luego trabajaba diez horas. Amianto forma parte de una trilogía, que va a ir publicándose también en España, donde hablo también de estas otras cuestiones que estamos planteando. Me gustaría hablar más de mi madre, pero ella no me deja (risas) y yo la entiendo. Para incorporar esa visión feminista, en la colección que dirijo en Italia, estoy incorporando a autoras, por ejemplo, hemos publicado una novela de Simona Baldanzi, sobre su madre, una trabajadora de la industria textil.

* La Novela “Amianto” ha sido traducida al castellano, en 2020, por Hoja de Lata. En catalán ha sido traducida por Tigre de Paper. 

Fuente: www.porexperiencia.com

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